jueves, 6 de marzo de 2008

Alicia, siempre Alicia.

-¿Por favor, podría usted decirme -preguntó Alicia con timidez, pues no estaba demasiado segura de que fuera correcto por su parte empezar ella la conversación- por qué sonríe su gato de esa manera?

-Es un Gato de Cheshire -dijo la Duquesa-, por eso sonríe.

-No sabía que los gatos de Cheshire estuvieran siempre sonriendo. En realidad, ni siquiera sabía que los gatos pudieran sonreír.

-Todos pueden -dijo la Duquesa-, y muchos lo hacen.

-No sabía de ninguno que lo hiciera -dijo Alicia muy amablemente, contenta de haber iniciado una conversación.

-No sabes casi nada de nada -dijo la Duquesa-. Eso es lo que ocurre.

«¡Si supiéramos la manera de transformarlos!», se estaba diciendo, cuando tuvo un ligero sobresalto al ver que el Gato de Cheshire estaba sentado en la rama de un árbol muy próximo a ella.

El Gato, cuando vio a Alicia, se limitó a sonreír. Parecía tener buen carácter, pero también tenía unas uñas muy largas Y muchísimos dientes, de modo que sería mejor tratarlo con respeto.

-Minino de Cheshire -empezó Alicia tímidamente, pues no estaba del todo segura de si le gustaría este tratamiento: pero el Gato no hizo más que ensanchar su sonrisa, por lo que Alicia decidió que sí le gustaba-.

Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?

-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato.

-No me importa mucho el sitio... -dijo Alicia.

-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes -dijo el Gato.

-... siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia como explicación.

-¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!

A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja, y decidió hacer otra pregunta:
¿Qué clase de gente vive por aquí?

-En esta dirección -dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha- vive un Sombrerero. Y en esta dirección -e hizo un gesto con la otra pata- vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.

-Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca -protestó Alicia.
-Oh, eso no lo puedes evitar -repuso el Gato-. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco.
Tú estás loca.

-¿Cómo sabes que yo estoy loca? -preguntó Alicia.

-Tienes que estarlo afirmó el Gato-, o no habrías venido aquí.

Alicia pensó que esto no demostraba nada. Sin embargo, continuó con sus preguntas:

-¿Y cómo sabes que tú estás loco?

-Para empezar -repuso el Gato-, los perros no están locos. ¿De acuerdo?

-Supongo que sí -concedió Alicia.

-Muy bien. Pues en tal caso -siguió su razonamiento el Gato-, ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados, y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco.

-A eso yo le llamo ronronear, no gruñir -dijo Alicia.

-Llámalo como quieras -dijo el Gato-. ¿Vas a jugar hoy al croquet con la Reina?

-Me gustaría mucho -dijo Alicia-, pero por ahora no me han invitado.

-Allí nos volveremos a ver -aseguró el Gato, y se desvaneció.

A Alicia esto no la sorprendió demasiado, tan acostumbrada estaba ya a que sucedieran cosas raras. Estaba todavía mirando hacia el lugar donde el Gato había estado, cuando éste reapareció de golpe.

-A propósito, ¿qué ha pasado con el bebé? -preguntó-. Me olvidaba de preguntarlo.

-Se convirtió en un cerdito -contestó Alicia sin inmutarse, como si el Gato hubiera vuelto de la forma más natural del mundo.

-Ya sabía que acabaría así -dijo el Gato, y desapareció de nuevo.

Alicia esperó un ratito, con la idea de que quizás aparecería una vez más, pero no fue así, y, pasados uno o dos minutos, la niña se puso en marcha hacia la dirección en que le había dicho que vivía la Liebre de Marzo.

-Sombrereros ya he visto algunos -se dijo para sí-. La Liebre de Marzo será mucho más interesante. Y además, como estamos en mayo, quizá ya no esté loca... o al menos quizá no esté tan loca como en marzo.

Mientras decía estas palabras, miró hacia arriba, y allí estaba el Gato una vez más, sentado en la rama de un árbol.

-¿Dijiste cerdito o cardito? -preguntó el Gato.


-Dije cerdito -contestó Alicia-. ¡Y a ver si dejas de andar apareciendo y desapareciendo tan de golpe! ¡Me da mareo!

-De acuerdo -dijo el Gato.

Y esta vez desapareció despacito, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato allí, cuando el resto del Gato ya había desaparecido.

-¡Vaya! -se dijo Alicia-. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!
Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) 1858

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