jueves, 11 de julio de 2013

La punta del Iceberg

Sean "R" y "r" los radios de sendas circunferencias tangentes entre si y sobre la línea que llamaremos "Suelo".
 
Si llamados "d" a la distancia entre los puntos de apoyo de ambas circunferencia y el suelo y de  acuerdo con el teorema de Pitágoras podremos escribir

                                                 

jueves, 15 de marzo de 2012

Orión y los glóbulos de Bok



Un glóbulo de Bok es una nebulosa oscura de gas y algo de polvo, de la cual, en ocasiones, tiene lugar la formación de nuevas estrellas.

Los glóbulos de Bok se encuentran habitualmente en las regiones HII. Tienen masas comprendidas entre 2 y 50 masas solares, y típicamente ocupan un volumen de un año luz de diámetro.

Las bajas temperaturas permiten la existencia cósmica de hidrógeno en forma molecular. Los glóbulos de Bok contienen esencialmente hidrógeno, por tanto en forma de moléculas (H2), también helio y moléculas de óxido de carbono. En un porcentaje pequeño (1% en masa), contienen granos de polvo de silicatos, que es la materia prima que forma los planetas rocosos como la Tierra en el Sistema Solar.

Los glóbulos de Bok resultan muy comúnmente en la formación de sistemas estelares dobles o múltiples.

Fueron originalmente observados por el astrónomo Bart Bok en la década de 1940. En una publicación de 1947, Bok y E. F. Reilly efectuaron la hipótesis de que estas nebulosas, eran como capullos, ya que en pleno colapso gravitatorio, nuevas estrellas estaban formándose en su interior. Esta idea era difícil de comprobar, debido a que la opacidad a la luz de estas nebulosas, impedía saber qué estaba ocurriendo en su interior. Hacia 1990, usando radiación del cercano infrarrojo, fue posible comprobar que en efecto nuevas estrellas están naciendo dentro de los glóbulos. Observaciones posteriores mostraron que algunos contienen fuentes calientes en su interior, y en otros casos objetos Herbig-Haro, así como flujos de gas molecular. Estudios realizados con líneas de emisión en el rango milimétrico, han evidenciado la caída de materia hacia una protoestrella en proceso de acreción.

Los glóbulos de Bok son actualmente objetos de intensa investigación. Se trata de cuerpos muy fríos, con temperaturas que pueden llegar a los 8 Kelvin. La baja temperatura del gas es de relevancia para el colapso gravitatorio, que redunda en el nacimiento estelar. En efecto, temperaturas mayores favorecen la expansión de la nube. En el caso de los glóbulos de Bok, los métodos aplicados para determinar algunos de los parámetros, como por ejemplo la densidad, están relacionados con la extinción producida en la radiación del cercano infrarrojo. Se usan también estimaciones surgidas del conteo de estrellas del mismo campo, cuya luz también se ve afectada por la extinción cuando atraviesa la nube.

Como un lugar de nacimiento de estrellas, las regiones H II (nubes de gas y plasma brillante que puede alcanzar un tamaño de varios cientos de años luz y en la cual se forman estrellas masivas) también presentan evidencia de contener sistemas planetarios. El telescopio espacial Hubble, ha revelado cientos de discos protoplanetarios en la Nebulosa de Orión.

Al menos, la mitad de las estrellas jóvenes en esta nebulosa parecen estar rodeadas por discos de gas y polvo, los cuales contienen la suficiente materia como para crear un sistema planetario como el nuestro.

sábado, 25 de febrero de 2012

viernes, 25 de noviembre de 2011

Mosaicos y teselas

Teselación

lunes, 3 de enero de 2011

jueves, 18 de noviembre de 2010

haruki murakami

¿Cómo es que el sol continúa brillando?
¿Cómo es que los pájaros todavía cantan?
¿Acaso no lo saben?
¿No saben que ha llegado el fin del mundo?


EL FIN DEL MUNDO Y UN DESPIADADO PAÍS DE LAS MARAVILLAS

A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.

KAFKA EN LA ORILLA

La corriente fluía rápida entre las rocas, con tranquilos emansos y, a trechos, pequeñas cascadas. En la superficie de los emansos se reflejaba débilmente la luz opaca del sol. En la parte más alta del río había un viejo puente de hierro. Sin embargo, era tan estrecho que apenas podía atravesarlo un coche. Su negra e inexpresiva armazón se sumía en el silencio helado de febrero. Sólo lo utilizaban el personal de un hotel cercano, los clientes que se dirigían a los baños termales y los guardabosques. Cuando pasamos por aquel viejo puente, no nos cruzamos con nadie y, luego, aunque en varias ocasiones nos volvimos a mirar, tampoco vimos que nadie lo atravesara. Paramos en el hotel a tomar un almuerzo ligero, cruzamos el puente y nos encaminamos al río. Shimamoto se había subido las gruesas solapas del chaquetón y llevaba la bufanda enrollada hasta justo debajo de la nariz. Vestía ropa adecuada para andar por la montaña, muy distinta a la que solía ponerse. Se había recogido el pelo hacia atrás, calzaba botas duras de trabajo. De su hombro colgaba un bolso de nailon de color verde.


Vestida así, parecía una estudiante de bachillerato. En el prado, aquí y allá, se veían manchas blancas de nieve endurecida. En lo alto del puente había dos cuervos, inmóviles, que miraban hacia abajo, hacia el río, lanzando de vez en cuando agudos graznidos de reprobación. Su voz resonaba helada en el bosque pelado, cruzaba el río y se clavaba en nuestros oídos. Un camino estrecho sin asfaltar seguía el curso del río. No sé hasta dónde continuaba ni adonde conducía, pero parecía sumido en un silencio terrible y daba la impresión de que no lo pisara nunca un
alma. Por las cercanías no se veía ninguna casa, sólo campos helados. En los surcos arados de los campos, la nieve se acumulaba trazando líneas de color blanco. Había cuervos por todas partes. Al vernos pasar, lanzaban breves graznidos, como si emitieran alguna señal para otros congéneres. No huían cuando nos acercábamos. Podíamos apreciar de cerca su pico afilado como un arma mortífera y la viva tonalidad de sus patas.

AL SUR DE LA FRONTERA,AL OESTE DEL SOL




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